Wednesday, March 9, 2011

La pérdida de la urbanidad

En estos días he sentido una profunda tristeza en torno a los últimos sucesos del conflicto en la Universidad de Puerto Rico. No dejo de preguntarme cómo y cuándo algo que comenzó como una lucha tan digna y noble por rescatar a la Universidad del caos en que sus administradores, pasados y presentes, la han sumido llegó a convertirse en algo que sólo se puede describir como barbarie. Por supuesto, me refiero a los incidentes de los pasados días cuando se agredió física, verbal y psicológicamente a la rectora Ana Guadalupe del recinto de Río Piedras.

Todavía, después de tres días de haber ocurrido esto, no he querido sentarme a ver en detalle las imágenes de ese incidente, más allá de las que he visto pasajeramente. Francamente, no tengo el estómago. No quiero creer que fueron estudiantes los que mostraron un comportamiento tan malo como lo ha demostrado la Policía de Puerto Rico durante su ocupación del recinto. Lamentablemente, parece que en este caso sí fueron estudiantes. Mientras leía los reportajes en los periódicos, sentí vergüenza por primera vez desde que comenzó el conflicto. Claro está, me rehuso a creer que quienes participaron de semejante crueldad son más que un grupo pequeño y no representativo de los estudiantes en general. Sin embargo, ese grupo minúsculo le ha hecho un gran daño a la lucha justa de los estudiantes de la UPR.

De la única manera en que este conflicto se resolverá favorablemente para la Universidad es rechazando toda violencia, en cualquiera de sus manifestaciones. Es muy fácil, y la historia nos da varios ejemplos, convertirse en aquello contra lo que se lucha. Los métodos que ha utilizado la administración de turno no pueden ser los métodos de los estudiantes. Creo firmemente en que hay que ejercer presión, sí. Pero igual de firmemente creo en la dignidad del ser humano. A pesar de que mi opinión sobre la rectora Guadalupe sigue igual que como la había expresado anteriormente (y cada vez estoy más convencido de que no debe estar en el puesto que ocupa) ella no se merecía que la maltrataran y que la humillaran, mucho menos tan públicamente. Quienes se hayan prestado para esto deben ser expulsados de la Universidad y procesados según establecido en la ley. Una persona educada no se hubiese envilecido de tal manera, rebajándose hasta el salvajismo de no poder sentir empatía con otro ser humano, por más que le disguste. Demostremos que la educación es algo escencialmente intangible que nos civiliza, enaltece y convierte en algo mayor que lo que somos y mucho más que conocimiento cuantificable y medible, evidenciado por un pergamino al finalizar varios años de estudio.